Yoga

Ramón cerró la puerta con más brío de lo habitual. Su mujer, Laura, que lo esperaba en el salón notó algo distinto en su entrada y rápidamente le preguntó con cierta sorna:

– ¿Qué pasa? ¿Te persigue alguien? ¿Hay algún fuego?

La cara de Ramón era extraña. Difícil de definir: preocupación, esperanza, temor, orgullo. Era un torbellino de ideas incapaz de ponerlas en orden.

Laura dejó sobre la mesita que estaba a sus pies el libro que leía minutos antes de la llegada de Ramón y encogida en un extremo del sofá se puso a esperar a ver qué pasaba.

Ramón se quitó el abrigo, colocó la chaqueta en el respaldo de la silla del comedor, se aflojó la corbata y se dispuso a sentarse ante Laura, en un atractivo puf que compraron en su ya lejana luna de miel morisca.

– Me han ascendido. Voy a pasar a dirigir el departamento – Resumió un Ramón trastabillado ante los ojos cada vez más grandes de su mujer.

– ¡Pero eso es fantástico!

Laura deshizo su postura de yogui para lanzarse literalmente a abrazarlo. El abrazo fue sincero y sentido pues llevaban mucho tiempo esperando esta promoción que nunca llegaba. Laura, por su parte, en su trabajo sí había sido ya reconocida pero a Ramón se le resistía el nombramiento de Director del Departamento.

Laura, en seguida se dio cuenta de que Ramón no compartía la alegría con ella. Su abrazo era más tibio y sus besos casi una obligación, un formalismo.

– ¿Qué te pasa Ramón? – Dijo ella echándose hacia atrás. – Lo has conseguido. ¿Cuántas veces hemos hablado de esto por la noche en la cama?

– Ya lo sé cariño – Le respondió a la vez que echaba la cabeza hacia atrás buscando aire. – Ya lo sé. Pero ahora que lo tengo, no sé. Me acojona.

– ¡Que te acojona! ¡Que te acojona!– Respondió ella con tono de indignación y yéndose finalmente de los brazos de él de vuelta al sofá. -¡Que te acojona! Pero Ramón, esto es como en el chiste: ¿Qué estamos a setas o a Rolex? Llevas casi tres años pendiente de este ascenso. Cuando promocionaron al pelota de Jacobo aguanté tu malestar durante días y noches. Y ahora que te lo dan…¿te acojona?

La situación que se había creado era una auténtica paradoja: donde debía reinar una felicidad compartida sólo había reproches.

Laura sabía que Ramón era una persona insegura. Hasta el momento no habían tenido hijos por las pocas ganas de Laura pero sobre todo por los miedos de Ramón.

Ella llegó a regalarle un libro de autoayuda que encontró en un VIPS. “Si te lo propones eres capaz de todo” se titulaba. La última vez que lo vio estaba calzando el DVD para que no traspasara tanto calor a la TDT.

– Estoy muy contento. Te lo juro. – Dijo Ramón con cierto tono casi infantil. – Lo que ocurre es que no sé si sabré dirigir a mi equipo. Son sólo cinco personas pero ya me cuesta a mí dar resultados para ahora responsabilizarme de todo el departamento.

El cariño de Laura por Ramón era infinito. 15 años juntos. Desde la universidad. Y nada de esto era nuevo para ella. No era la primera vez que ejercía de hermana mayor o de coach para que Ramón se sintiera mejor. Y hoy no era una excepción. En seguida se dio cuenta de que tenía que coger el timón de la situación.

Laura con la ternura que le caracteriza se acercó de nuevo al lado de Ramón. Le empujó con la cadera hacia un lado para que le hiciera hueco y le abrazó. Empezó besándole la comisura de los labios, el mentón, continuó por la cara con los pómulos y llegó a la oreja. Y donde él esperaba un beso ella comenzó a hablar:

– Ramón, lo primero que tienes que tener claro es que si ten han promocionado a ese puesto es porque puedes hacerlo. –

Laura desgranaba su medicina suavemente en los oídos de Ramón.

– Dirigir equipos no es fácil. Claro que no. A mí me costó mucho hacerme con el reconocimiento del que hoy es mi equipo. Pero lo logré.

– Ya, pero tu trabajo es más fácil. – Contestó Ramón con la necesidad del que tiene que decir algo.

– ¡Ah, es verdad! Señor importante. Se me había olvidado que su trabajo es el más trascendental y el más difícil del mundo. Y no el de los demás que está chupado. Vamos, no sé ni por qué me pagan. – Replicó Laura con una mordaz ofensiva. – Pues aun así me va a escuchar usted lo que le voy a contar.

Cuando a mí me promocionaron a dirigir el departamento de investigación también me inquietó cómo coordinar un equipo de ocho personas. Recuerdo que había becarios, Paloma que llevaba más años que yo en la empresa, José Ángel que era un misógino empedernido y yo pendiente de cumplir mis 30 años.

Lo pasé mal. Te acordarás que alguna mañana lloraba porque no quería ir a trabajar. Para mí era un infierno. Intenté hacerme respetar siendo la más guay. Y no entendía que cuanto mejor me portaba con ellos peor me trataban.

Laura siguió recordándole aquél período de su vida del que Ramón iba notando que no había sido muy consciente.

Mientras tanto, ella se levantó y recogió de al lado del teléfono una agenda y un bolígrafo. Parecía que quería apuntar algo.

Esta vez se sentó en el suelo. Como los japoneses. Ante la mesita de delante del sofá. Arrancó una hoja con decisión y con condescendencia le dijo a Ramón: – Te voy a dar las cinco claves que me hicieron sobrevivir en aquel entorno hostil. Ahí van:

PRIMERO: Tú eres su jefe, no su padre. Tienes que saber encontrar el punto intermedio entre la autoridad y el compañerismo. Apoyo sí, protección no. Para eso tienen a sus madres y a sus parejas.

SEGUNDO: Todo el mundo por muy mayor que sea tienen una posibilidad de desarrollo. Tú eres ahora el responsable de su desarrollo. Identifica en qué puede ser cada uno mejor y dales las claves para que mejoren. Ambos ganaréis: ellos porque reconocerán su valía. Tú porque te la brindarán.

TERCERO: Ante los errores muéstrate contundente pero comprensivo. Aprende a distinguir cuándo el error reside en la apatía o la desidia y cuándo en la incompetencia o desconocimiento. Castiga al primero y desarrolla al segundo.

CUARTO: Haz que sus éxitos sean algo tuyo. A veces serás injusto pues no merecerás prebenda alguna. Sin embargo, la alegría es un saco sin fondo del que todos pueden recoger algo.

QUINTO: Nunca olvides que el poder es efímero. No te empaches de autoridad. Vale que ellos son tus soldados. Pero por muy buen comandante que seas, sin un buen ejército no ganarás ninguna guerra. Nunca olvides que son ellos los que te hacen a ti jefe y no tú quien les hace a ellos empleados.

La hoja donde Laura transcribía estas ideas se fue acabando y el último punto se lo escribió en el margen. Puntualizó la frase y con el convencimiento de haber hecho lo correcto extendió la mano para entregársela a Ramón.

Laura volvió a su rincón y pasó de la postura nipona a la del loto. Recogió el libro y mientras Ramón se retiraba a su habitación con la chaqueta en una mano y la hoja de ruta en la otra ella cerró la conversación con un …”tienes cena en el horno”.

 

Antonio Pamos, Ph. D.

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