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Es posible que, a largo plazo, el impacto en el empleo de la transformación digital sea menor de lo que inicialmente se había previsto.   

Pero…… esto no significa que a corto plazo sea incluso más importante dado que es posible, también, que los procesos de transformación sean incluso más rápidos de lo que realmente percibimos. Unos procesos que, probablemente, no sentimos en su total dimensión porque transcurren con nuestra propia vida.

Alfonso Jimenez ha publicado recientemente un artículo en Executive Excellence accesible en . http://www.eexcellence.es/index.php/expertos-en-gestion/10-anos-de-cambios-en-nuestro-mercado-laboral en el que se analiza los cambios que se han producido en el mercado de trabajo en los últimos diez años (aunque no solo como consecuencia de los procesos de transformación) y que finaliza con la frase siguiente: “Sin embargo, ¡dentro de 10 años…. estaríamos encantados con los registros actuales!”.

La transformación digital es algo que estamos viviendo día a día. Ahora mismo vienen a mi cabeza las imágenes de las diferencias en el uso de la tecnología (representada en el uso del teléfono móvil) entre la elección de los dos últimos papas. Unas elecciones separadas únicamente por 8 años. Hoy mismo disponemos de análisis que parece razonados y razonables (ver Mckinsey) que aseguran que es posible digitalizar 3 de cada 4 empleos en el sector de la hostelería. Y algo parecido puede ocurrir tanto en el sector de la manufactura como en los servicios.


Recordemos que la demanda de mayor eficiencia en la producción de bienes y servicios y la posibilidad de optimizar los recursos gracias a la incorporación de las diferentes formas de inteligencia artificial es imparable.  


En cualquier caso todo ello, como indicaba en la primera parte de esta reflexión a la que es posible acceder en http://pauhortal.net/blog/transformacion-e-impacto-en-el-empleo-i/ generará modificaciones laborales y sociales impensables hace tan sólo 20 años y cuya dimensión e impacto total tampoco somos capaces de percibir en estos momentos.

El “problema” es lo suficientemente relevante y significativo para que ya esté en las primeras carpetas de los líderes mundiales, y de los medios de comunicación. Aunque no parezca que esté presente en la mente de determinada clase política, por lo menos con el tratamiento y el peso que le correspondería. El foro de Davos, The Economist, New York Times y las grandes consultoras mundiales están organizando conferencias y reuniones de forma continua para tratar este tema y el impacto en los diferentes sectores productivos y ámbitos profesionales.


Mckinsey ha pronosticado que un 50% de los empleos actuales tienen una alta probabilidad de ser sustituidos por dispositivos o máquinas en los próximos 10 años.


El problema puede analizarse desde dos diferentes perspectivas. Desde la vertiente pesimista se insiste en que el modelo tradicional de repuesta en términos de empleo (una contracción inicial por el proceso de sustitución de los empleos manuales seguido de uno de expansión como consecuencia del volumen de nuevos empleos generados por las nuevas tecnologías) no se va a repetir ahora. Plantean que el proceso de contracción será incluso más fuerte que en anteriores “revoluciones” aunque el nivel de sustitución por nuevas actividades/empleos será menor y a más largo plazo. Los optimistas, en cambio, se concentran en el análisis del impacto de las nuevas invenciones en el valor del trabajo humano, creen que hay que diferenciar entre empleos y tareas y basan sus predicciones y/o planteamientos en el hecho de que la tecnología va a crear nuevas necesidades que exigirán la creación de nuevos empleos.  

Si seguimos a los “optimistas” la visión es la de que vamos a vivir una situación que hace que el mayor volumen de las necesidades y oportunidades laborales tengan cada vez un mayor foco en la capacidad de generar nuevos modelos de productividad más flexibles, más equitativos y más saludables. Un modelo que, no se basará directamente en la eliminación de empleos sino en el cambio en la forma de desarrollar determinadas tareas y que tendrá como consecuencia, a corto plazo, la reducción del volumen de empleo. Una realidad que obligará a desarrollar nuevos conocimientos y competencias y que, sin duda, dejará a un volumen relevante de trabajadores “en la cuneta”.


Vamos a estar obligados a escoger entre dos alternativas, aunque sea de forma temporal. La primera: permitir que existan unas amplias capas de población sin empleo, la segunda: repartir los empleos existentes reduciendo los tiempos de actividad.


En cualquier caso (y partiendo del hecho de que las nuevas herramientas digitales van a permitir modificar sustancialmente los conceptos de tiempo y lugar de la prestación de trabajo) vamos a tener que adaptarnos a un modelo que no sólo impactará en los/las que no tengan oportunidades laborales sino en el formato de la prestación de trabajo y por ende en la forma de vida del ser humano.

Un debate al que, entre otros soportes, podéis acceder en el poscast editado por FutureforWork accesible en http://www.futureforwork.com/podcasts/manuel-hidalgo en el que Manuel Hidalgo comenta el contenido de su libro “El futuro del empleo…”. Su argumento básico es que resulta absurdo el debate sobre la sustitución del hombre por el robot, (por lo menos en los términos en los que esta discusión se plantea) ya que se tiende a cometer el error de no entender cuál es la clave de la relación entre tecnología y trabajo. Una de las afirmaciones más relevantes es la siguiente: “tenemos que dejar de proteger al empleo para proteger al trabajador”.  Lo que supone afrontar el hecho de que ya no van a existir empleos y actividades permanentes y que los cambios laborales van a ser una constante habitual a lo largo de la trayectoria vital de una persona. La pregunta que subyace en su análisis (y que yo mismo me he planteado en la primera parte de este post) es la de que ¿cómo piensan afrontar las instituciones (administración, patronales y organizaciones sindicales) estos nuevos modelos?

El paso de un mundo basado en el empleo a uno sin empleos o con un volumen de actividad laboral mucho más reducida (con todo lo que esto significa socialmente), puede ser causa de un grave conflicto o simplemente un trance asumible y aceptable. Pero para ello es necesario generar el debate social e implementar medidas o acciones que minimicen los impactos nocivos de este proceso.  Mientras tanto todos tenemos, lamentablemente, la certeza de que este tema no forma parte de las prioridades de nuestra clase política. 

Y es en este entorno en el que puede resultar muy apropiada la reflexión que Andrew Haldane, formula en un excelente texto accesible en https://www.bis.org/review/r180627e.pdf. Plantea que a semejanza de otras revoluciones la innovación tecnológica precisará (para asegurar su propia consolidación) de la presencia de nuevos mecanismos e instituciones que permitan gestionar y mitigar los impactos sociales que va a generar. “En el futuro, la innovación institucional será tan importante como la innovación tecnológica”. De ser acertada esta posición el corolario es simple y sencillo: hemos de ser capaces de crear nuevas instituciones y nuevos sistemas de paliar los efectos de este proceso si queremos evitar el desastre y seguir con el crecimiento y desarrollo de nuestra especie.

Para terminar me permito facilitaros el link a un video de Mckinsey accesible http://www.mckinsey.com/global-themes/future-of-organizations-and-work/the-digital-future-of-work-what-skills-will-be-needed en el que se analizan las competencias que deberemos/deberemos/deberán de tener los trabajadores/empleados/profesionales del futuro para enfrentarse con éxito a estos retos.

Pau Hortal 

Socio Director de Facthum Cat.

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